Viajes de ida y vuelta. José Ferrero & Miguel Galano. Galería de arte Ármaga.

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Viajes de ida y vuelta. José Ferrero & Miguel Galano. Galería de arte Ármaga.

Viajes de ida y vuelta. José Ferrero & Miguel Galano.
Galería de arte Ármaga.
Jueves 11, mayo 2023, 20 h

De lo imperecedero y lo profundo

Ángel Antonio Rodríguez

La emoción derivada de una experiencia estética, cuando admiramos imágenes en cualquier lugar, técnica o soporte, ha vivido una revolución en el siglo XXI porque los elementos que conforman nuestros diálogos íntimos con la obra -los propiamente objetivos- han sido agitados por la evolución acelerada de la historia, que trastoca los elementos subjetivos de ese análisis. Las nuevas tecnologías y los medios digitales nos brindan infinitas posibilidades para disfrutar esas imágenes sin apenas salir de casa, generando un inconsciente colectivo cuya relación con la cultura visual es, cuando menos, compleja y preocupante; la emoción fluye desde la sutilidad, pero con frecuencia es mera futilidad.

Desde hace más de dos décadas es habitual que la primera imagen que recibimos de una obra de arte sea virtual. Más allá de la rica amalgama de estímulos y formas de expresión multidisciplinares que invaden el panorama artístico, la virtualidad está afectando a nuestra percepción desde el mismo instante en que iniciamos cada experiencia visual. Y si el arte siempre ha exigido esfuerzos de cognición, hoy se multiplican exponencialmente; los nuevos medios reclaman nuevos métodos para garantizar las mismas emociones.

«Si a la fotografía en movimiento la llamamos cine bien podría suceder que a la fotografía cuya estructura formativa más íntima ha sido sustituida por un soporte numérico la llamáramos de otro modo», escribía en 1997 Joan Fontcuberta. Estamos expectantes; ansiamos esa suerte de aura benjaminiana que desprende la obra, pero se ha reducido a un vestigio. Para los defensores de lo virtual, ese aura existirá igualmente, como la suma de la imagen contemplada más el acto interpretativo que realizamos al contemplarla. Pero eso es válido para imágenes que nacen virtualmente pues, en otros casos, debemos considerar también ideas más o menos cualitativas, como el espacio, el tiempo, la escala y la materia.

Lo cierto es que, cuando Miguel Galano pinta, su instinto entra en juego frente a las disertaciones pueriles. Su mano desliza la pintura sobre el soporte, naciendo desde dentro y plasmando en levedades su voz propia, esas melodías pictóricas asonantes o disonantes que le caracterizan, esa poética inherente a los días o las noches o las pausas o las alboradas o las brisas o las huellas, o las olas… En su trabajo, siempre intimista, permanece inalterable esa huella del hombre que sabe escuchar los sonidos del silencio y proyectarlos hacia el lienzo, la tabla o el papel obteniendo superficies trabajadas en insistencias casi táctiles, que se detienen cual pisadas o grietas en los ínfimos rincones del cuadro extrayendo gestos minúsculos. Son tonos cantábricos que, de vez en cuando, entroncan con otros parajes, urbanos o periurbanos, con emblemáticas ciudades desde el Este al Oeste de Europa que, quizás, sean también calles de Avilés, Oviedo, Tapia de Casariego o algún rincón de las Canarias.

Cuando José Ferrero prepara sus series fotográficas, sus instrumentos metodológicos cobran vida y reivindican miradas inteligentes, en espectadores maduros e inmaduros, capaces de elogiar lo inadvertible, apresar con la vista diversas acotaciones, neutralidades y perspectivas, sentir el aura y retenerlo. No hay hueco para la virtualidad; las composiciones crecen bajo un compromiso ético donde el autor va más allá de lo real y, sin abandonar la verdad -la de ese lenguaje «simple y sin artificios» que reclamaba Séneca -, consigue recrear otras verdades. Las formas de sus imágenes se contraponen entre sí, interfiriendo unas con otras. A veces, una pequeña parte de la composición se fracciona o se desencuadra, pero se convierte en el matiz más importante del conjunto, se hace cómplice de nuestras miradas para que busquemos, analicemos y reincorporemos su esencia al mensaje subliminal del trabajo definitivo.

Las obras de Galano siempre se parecen a él. Es un hombre tranquilo, un asceta de la emoción estética, un paisano de sonrisa pícara y cierto halo de misterio que pasea por montes y playas asturianas falando, pensando y tocando el mar una y mil veces mientras bebe las tormentas grises. Decíamos que, de vez en cuando, sus guiños al Cantábrico se nutren de otros guiños, pero el resultado es similar porque pinta la cotidianidad, pinta su casa a partir de otras casas, pinta caminos que ha vuelto a caminar, la lluvia entrecortada, el orbayu místico de la memoria. Levedad y pureza, vida y obra, son inseparables del ritmo galaniano. Un espíritu honesto que vibra en los simples fragmentos de un muro, en las veladuras del agua, en las siluetas de los árboles, en el monte lejano, casi intangible, pero tremendamente fastuoso.

Frontalidad y ausencia, soledad y metafísica, dominan las fotografías de Ferrero. Si es preciso, el artista cede el protagonismo de la trama a ciertos objetos aparentemente ajenos a su lírica, como elementos funcionales -una puerta, una silla, un pomo, un extintor…- que terminan siendo tan sugerentes como certeros. Es ahí, justo ahí, precisamente ahí, donde el acto fotográfico implica una apropiación por parte del sujeto que mira. Los instrumentos tienen sentido, en base a una elaboración eficaz, del meticuloso trabajo de este artista íntegro, comprometido y comprometedor, cansado de quienes recurren a lo exótico, lo extraordinario o lo anecdótico. Un autor consciente de que, si los usos y procesos fotográficos han cambiado, si la virtualidad se está apoderando de nuestro universo, los temas no deben variar y deben seguir siendo los mismos: el comienzo, la muerte, los sueños, las frustraciones, las utopías, los miedos, las esperanzas, el optimismo, las obsesiones. La vida misma.

Resulta que Galano y Ferrero se conocen hace cuatro décadas y se siguen admirando mutuamente, y se conocen tan bien que han tenido sueños similares. Resulta que sus obras (sus imágenes, su aura) huyen de la virtualidad y persiguen la integridad. Resulta que solo podemos visualizar ese alma de sus obras admirándolas en directo, escudriñando con lupa la aplicación de los pigmentos, los latidos y pulsiones de la gelatina de plata al habitar el papel, la importancia del formato elegido y del soporte original. El copyright rotundo e invariable.

Ambos saben que el pretexto temático no importa, tan solo el fondo o la forma, el todo o la nada de cada instante. Sin demasiadas figuras, sin grandes panorámicas, sin excesos compositivos, los trabajos que nos ocupan son sinceros, respiran ese espíritu de lo sublime romántico que vibra en los simples fragmentos de una casa o en la riqueza de matices de los colores negros que nunca son del todo negros y de los colores blancos que nunca son del todo blancos, porque Galano y Ferrero han conseguido que se filtren entre sí lenta, muy lentamente, con ritmos ancestrales que nunca dejan de ser experimentales.

Resulta que Galano y Ferrero son como niños. Que les gusta jugar, gastarse bromas, dialogar consigo mismos o lanzando estímulos al otro. Que trabajan al unísono, pero por separado. Que funden lo lúcido y lo lúdico y que, por eso, nos han conquistado de nuevo. Y esta última sentencia -«lo lúcido y lo lúdico»- que uno repite y repite y repite hasta la saciedad en sus críticas, proyectos y conversaciones, es un mantra basado en entender la vida personal y profesional de un modo ajeno al elitismo, pero consciente de la capacidad intelectual.

El juego como estímulo. La sonrisa -o la risa floja, por qué no- como vehículo comunicativo con el amigo en el reto diario. Galano y Ferrero habitan esta civilización de la imagen que sugeríamos al principio, con sus virtudes y defectos. Saben que las emociones artísticas son secundarias, pues derivan de la combinación de las emociones primarias (alegría, tristeza, miedo, sorpresa…) en presencia de estímulos externos. Y saben que esos estímulos pueden provocarlos ellos a través de sus obras, repletas de significantes y significados que solo conocen los artistas auténticos.

A veces, Galano pinta primero y después envía el papel a Ferrero, que la fotografía, la conjuga con otros elementos y la revela en el laboratorio. Otras veces es el fotógrafo quien comienza la partida y el pintor completa la imagen revelada, añadiendo unas sombras, gradaciones tonales, acaso un faro, un barco, un horizonte o un grupo de matices rebeldes, delicadamente ocultos en pequeños frottages de las texturas.

Lo fugaz, lo transitorio y lo superficial son parte de la posmodernidad y de nuestro siglo XXI, que avanza inexorablemente, entre luces y sombras. No es fácil comprender por qué estamos envueltos en los desarraigos contemporáneos ni cómo debemos afrontar la carga simbólica de cada acción visual, pero nos gustaría que estuviese libre de simulacros, artificios o veleidades. Nos gustaría que los encuentros privilegiados del individuo frente a la obra de arte, tan frecuentes antaño y tan difíciles y escasos hoy, sigan manteniendo viva la llama de la emoción contemplativa, aunque algunas muten tanto como estas piezas duales, realizadas durante numerosos viajes de ida y vuelta entre los dos talleres-hogares de Galano-Ferrero y Ferrero-Galano, que hoy continúan en la brecha buscando el placer en la fisura, el límite, la belleza de las pequeñas cosas, apostando por lo duradero, lo imperecedero y lo profundo.

mayo 12 2023

Details

Start: 12 / mayo @ 20:00
End: 31 / mayo @ 20:00
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Venue

ARMAGA

Calle Alfonso V, 6
León, León 24001 España

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