‘Trump y la caída del imperio Clinton’ de Vicente Vallés. Presentación en el Palacio del Conde Luna.

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‘Trump y la caída del imperio Clinton’ de Vicente Vallés. Presentación en el Palacio del Conde Luna.

El periodista Vicente Vallés presenta hoy jueves 29 de junio, a las 10.30 horas, en el Palacio del Conde Luna  su libro »Trump y la caída del imperio Clinton».

Los expertos conocen el fenómeno como APT. El simple uso de esas siglas pone en alerta a los servicios de inteligencia. Un APT es algo muy peligroso, al menos en potencia. Es una amenaza (threat), es persistente (persistent) y es avanzada (advanced).Y no es un juego en el que participen espabilados jovenzuelos desde el ordenador de su casa, con una máscara de Anonymous. Un Advanced Persistent Threat es una serie continuada de ataques cibernéticos con objetivos muy concretos y, lo más importante, dirigida por el gobierno de un país contra otro país, o contra empresas, o contra alguna entidad nacional o multinacional. La palabra es ciberespionaje, y ningún país del mundo ha llegado a los niveles de sofisticación alcanzados por China y Rusia. Disponen de los mejores re- cursos informáticos y de una organización preparada hasta el detalle desde hace, al menos, una década.

En el caso de Rusia, además, se ha empezado a crear una cier- ta aureola mística en torno a un grupo de individuos, conocidos en algunos ámbitos especializados como APT29, pero más famo- sos por el apodo que les gusta utilizar: los Duques. The Dukes trabajan al servicio del gobierno ruso al menos desde 2008, cuando el exespía del KGB Vladimir Putin tuvo que ceder la presidencia de la Federación Rusa durante cuatro años, por motivos constitucionales, a su marioneta política Dimitri Medvedev, quedándose como primer ministro a la espera de intercambiar los cargos en 2012, como así hicieron.

Los Duques han operado contra organizaciones criminales que amenazaban a Rusia. Pero también, y sobre todo, son conocidos y temidos por realizar operaciones de ciberespionaje contra otros países, utilizando herramientas de malware creadas por ellos y que llevan nombres como OnionDuke, CloudDuke, MiniDuke o PinchDuke. Sus primeros ataques detectados fueron contra los re- beldes chechenos. Pero pronto empezaron a actuar contra gobier- nos y entidades occidentales. Lo hicieron, por ejemplo, contra la OTAN cuando empezaron las hostilidades en Ucrania. Disponen de recursos técnicos, humanos y económicos. Estados Unidos lo sabe. Estados Unidos lo teme. Estados Unidos lo sufre.

Desde hace años, el FBI ha tratado de frenar la entrada de es-tos ciberespías rusos en los servidores de las instituciones americanas. No siempre lo ha conseguido. Para evitar esas invasiones no todo parece tan sencillo como construir un muro en la frontera de México. Los Duques lanzaron ataques sobre los servidores de la Casa Blanca, y del Pentágono, y del Congreso, y de los partidos políticos americanos. No necesitaban enviar agentes 007, para que atravesaran las fronteras con pasaportes falsos, antes de colarse sin ser vistos en las sedes de esas instituciones para hacer fotos con una minicámara. Ahora, los espías están cómodamente sentados en al- gún remoto lugar de la extensa Eurasia, delante de una pantalla. Sin riesgo y muy efectivo.

¿Ganó Donald Trump las elecciones gracias a los Duques de Vladimir Putin? Igual que ocurre con tantas otras preguntas, la que se acaba de plantear tiene respuesta evidente para algunos (sí para sus enemigos, y no para sus amigos) y quedará en la duda perpetua para la mayoría. Pero Trump nunca podrá librarse de ella. La pregunta hará dudar para siempre de la limpieza y de la legitimidad de su victoria y reblandecerá su legado para historia, sea cual sea.

De la misma manera, decenas de millones de americanos y cientos de millones de otros ciudadanos del mundo consideran in- comprensible que el presidente de los Estados Unidos haya resul- tado ser el candidato que perdió las elecciones por casi tres millo- nes de votos. Se han dado muchas explicaciones constitucionales sobre las bondades del viejo sistema del Colegio Electoral. Es un método de elección indirecta, como los hay en otros muchos paí- ses democráticos del mundo. Con el Electoral College, los votantes eligen a los compromisarios de cada uno de los cincuenta estados de la Unión. El número de compromisarios depende de la pobla- ción de cada estado.Y un candidato consigue el cien por cien de los compromisarios de un estado aunque solo tenga un voto más que su rival. The winner takes it all. El ganador se queda con todo.

Donald Trump se quedó con todo, porque Hillary Clinton ga- nó muchísimos votos allí donde no necesitaba tantos, y dejó de ganarlos allá donde le resultaban imprescindibles.A Hillary no le sirvió de nada doblar el número de votos deTrump en California. Ganó, incluso, en el condado de Orange, al sur de Los Angeles, donde los republicanos habían sido los más votados de forma inin- terrumpida desde hacía ochenta años. Para nada. Porque donde Clinton necesitaba ganar era en Wisconsin, y en Florida, y en Ohio, y en Pennsylvania, y en Michigan.Y no lo hizo. O bien porque su campaña fracasó en esos estados, o bien porque los Duques lo impidieron vía internet desde las frías tierras de Rusia.

La visión panorámica de los resultados ofrece un dato muy singular: Hillary Clinton ganó por mucha distancia en los estados tradicionalmente demócratas, aquellos en los que aumentar su dis- tancia con Trump no le suponía ninguna ayuda suplementaria; pe- ro Trump ganó en todos los estados que estaban en disputa, y en la mayoría de ellos por apenas un puñado de votos.

Millones de americanos, incluidos muchos políticos y perio- distas, clamaron por un cambio en el sistema del Colegio Electoral. Pero no hubiera sido necesaria reforma alguna. Bastaba con recu- perar el espíritu de su propia creación. Back to basics.Alexander Ha- milton, federalista de primera hora en el nacimiento de la nación americana, lo explicaba con ojo de visionario en el siglo xviii. El Colegio Electoral no se creaba para transponer automáticamente el resultado de la votación y, por tanto, confirmar sin más como presidente al candidato con más votos electorales. No, no era eso. El Colegio Electoral se creó precisamente para lo contrario.

En Los papeles federalistas, Hamilton tranquilizaba a sus conciu- dadanos al afirmar que el sistema del Colegio Electoral «ofrece una certeza moral de que el cargo de presidente nunca caerá en manos de ningún hombre que no esté dotado de las cualificaciones nece- sarias».Y añadía algo que bien pudo ser escrito antes de que el 19 de diciembre de 2016, los 538 miembros del Colegio Electoral refren- daran a Donald Trump: que esos delegados debían ser hombres juiciosos «capaces de analizar las cualidades» de los candidatos. Es decir, tenían que tomar una decisión por sí mismos, no asumir la que les venía dada. Porque «los talentos para la intriga baja, y las pe- queñas artes de la popularidad, por sí solos no bastan para elevar a un hombre a los primeros honores del Estado. Serán necesarios otros talentos y otro tipo de méritos para ganarse la estima y la con- fianza de toda la Unión, o de una porción tan considerable de ella, que le hagan ser un candidato exitoso para el distinguido cargo de presidente de los Estados Unidos». Hamilton y quienes con él sen- taron las bases políticas del país consideraban que no se podía dejar la decisión final sobre el presidente solo en manos del pueblo, a tra- vés de una elección directa. Se debía, en su opinión, establecer un filtro de personas especialmente capacitadas para discernir si el ga- nador merecía serlo. Era lo que querían los padres fundadores. Pero el sistema del Colegio Electoral derivó en un mecanismo automático, no deliberativo, e incluso algunos Estados emitieron leyes para obligar a sus miembros a votar por el candidato ganador en su territorio. Y Donald Trump fue presidente.

Todo lo ocurrido el 8 de noviembre de 2016 nos sitúa ante uno de los procesos electorales más apasionantes y con resultado más increíble en las cincuenta y ocho elecciones presidenciales que se han celebrado en los dosciento cuarenta años de democra- cia en Estados Unidos. Casi nadie previó lo que iba a ocurrir. Casi nadie quería preverlo. Casi nadie quería creerlo. Casi nadie podía imaginar que el mismo país que había elegido al primer presiden- te de raza negra iba a elegir después al candidato que se presenta- ba con un discurso calificado por muchos como racista. Que Do- nald Trump suceda en el cargo a Barack Obama es mucho más que un sarcasmo de la historia.

Trump ha sido caracterizado de mil formas, y casi ninguna fa- vorecedora. La más repetida (y quizá la más acertada) es la de egó- latra. Que Trump siente un amor apasionado por su propia perso- na es algo que ni siquiera él niega. Lo que caracteriza a un ególatra es, precisamente, demostrar en público el cariño en pri- mera persona del singular. Pero ha sido también calificado como payaso, filonazi o showman. Otra descripción muy común es la de populista. Este término sirve para definir a muchos dirigentes po- líticos, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, y casi siempre se acierta al aplicarlo.

Pero Trump es, sobre todo, trumpista. No tiene un cuerpo ideológico compacto, sin embargo todas las ideas que lanza (mu- chas de ellas se le ocurren sobre la marcha) tienen ese diseño re- conocible que las hace solo propias de él. No son imaginables en boca de nadie más.Por esoTrump es único.Y,quizá por eso,Trump es el presidente de los Estados Unidos.

Quizá, porque fue capaz de aglutinar a su alrededor las ansias de gritar de muchos hombres de raza blanca; ganas acumuladas

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durante los años en los que el régimen político dominante era, no el de demócratas o republicanos, sino el de lo políticamente co- rrecto.Trump rompió con eso y Trump ganó la presidencia. Ganó porque recuperó mensajes que habían desaparecido del mercado electoral y que nadie reivindicaba desde hacía décadas. Algunos, desde hacía un siglo. Pero en las elecciones se pudo comprobar que estaban ahí, latentes en amplios sectores de la sociedad ameri- cana que habían guardado silencio por miedo a la corrección po- lítica. Con Trump volvieron a aflorar. Perdieron el miedo.

Robert Schlesinger, alto cargo de la revista US News & World Report e hijo del conocido historiador y amigo de Kennedy Arthur Schlesinger, ha definido a Trump para este libro como «matón, mi- sógino, fabulador, mentiroso obsesivo y estafador», solo capaz de ganar las elecciones debido al «caprichoso sistema electoral ameri- cano, más que por la decisión de sus votantes». «Dos de los tres úl- timos presidentes americanos —dice Schlesinger— lo han sido en contra del voto popular. Esto no es sostenible y hay que cambiarlo».

Luis Quiñones, asesor de Donald Trump y de evidente origen latino (su abuelo nació en León), nos dice, por el contrario, que «Trump no es una persona tan complicada; se dedica mucho a su familia y es muy leal con quienes le son leales.Tiene mucha ima- ginación y mucha visión. Sabe delegar responsabilidades.Y sabe enfrentarse con sus rivales, porque tiene mucha experiencia en conflictos con sindicatos, inspectores y contratistas. Para mantener los proyectos bajo control hay que ser duro.Al entrar en política, Trump ha usado esa parte de su personalidad para enviar el men- saje a ese pueblo que está cansado de escuchar promesas falsas. La gente está harta de políticos que solo se preocupan de no herir la sensibilidad de personas con problemas de autoestima». Los com- plejos no ocupan lugar en el equipo de Donald Trump.

Después de las elecciones, miles de americanos mostraron su arrepentimiento por no haber votado, o por haberlo hecho a par-

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tidos menores, en la seguridad de que Hillary Clinton ganaría sin apuros. El arrepentimiento se tradujo en manifestaciones y en re- cursos ante los tribunales. Querían ganar después de haber perdi- do. Ni las manifestaciones ni los recursos podían alcanzar su pri- mer objetivo, que era el de deponer al presidente electo antes de que tomara posesión de su cargo. Pero sí podían conseguir, y en buena medida lo lograron, un objetivo menos inmediato, pero de calado más profundo: generar la sospecha de que Trump es un pre- sidente ilegítimo, sin el derecho a gobernar, bien sea por la inter- vención de los hackers rusos, o por la duda sobre el escrutinio de votos en los estados clave, o por el hecho constatado de que Hi- llary ganó por una enorme distancia en el voto popular, o por la suma de todas esas circunstancias.Y, por tanto, con la vista puesta en las elecciones de 2020, en el intento de convertir a Donald Trump en presidente de un solo mandato. Porque no hay nada peor en política que alcanzar la gloria para perderla a la primera ocasión.

Entretanto,Trump gestionará un país cuya influencia se ex- tiende por el planeta como la de ningún otro. Se presentó ante los votantes americanos diciendo «yo no soy un político». El apóstol de la antipolítica ha alcanzado la más alta posición de poder polí- tico en el mundo.Tan simple como DonaldTrump.Tan contradic- torio como Donald Trump.Tan exitoso como Donald Trump.

junio 29 2017

Details

Date: 29 / junio / 2017
Time: 10:30 - 12:00
Evento Categories: ,

Venue

Palacio del Conde Luna

León, España

Organizador

Ayuntamiento de León
Website: Visit Organizer Website