El leonés más universal: Gumersindo de Azcárate. I centenario de su muerte.

El leonés más universal: Gumersindo de Azcárate. I centenario de su muerte.

La Fundación Sierra Pambley desarrollará a lo largo de este año un amplio programa de actividades para conmemorar el primer centenario de la muerte de Gumersindo de Azcárate. Este leonés es una de las personalidades más importantes de nuestra historia. Falleció en diciembre de 1917.
En el marco de las actividades, la fundación publicará  en su web doce entradas (una cada mes) con documentos, historias y anécdotas interesantes para conocer a una de las figuras fundamentales de nuestra ciudad.

En esta primera entrada comparte la noticia sobre la muerte de Gumersindo Azcárate aparecida en la prensa española en 1917 en la Revista La Esfera. Resulta especialmente interesante este artículo porque permite apreciar la grandeza de este leonés que, además de muchas otras cosas, fue Presidente de la Fundación Sierra Pambley de 1915 a 1917.
“Azcárate deja libros llenos de doctrina, muchos discursos, una intensa labor de cultura»

 

Noticia de la muerte de Gumersindo de Azcárate en la Revista Esfera en diciembre de 2017 de E. GÓMEZ DE BARQUERO.

La muerte de Azcárate ha sido una muerte armoniosa: el coronamiento de una larga existencia laboriosa, austera, llena de idealidad. Ha sido como una extinción serena, como la consunción de una antorcha que ha ardido largamente. Octogenario, Azcárate, ha seguido trabajando hasta sus últimas horas. El ataque que puso fin á su vida le acometió en el Instituto de Réformas sociales, mientras daba posesión de la vicepresidencia al vizconde de Eza. Pocos días antes le hablamos y estrechamos su mano por última vez en el Consejo de Instrucción públ-ca, donde el noble anciano habló con gran lucidez y con el espíritu de justicia, que era en él como una segunda naturaleza, de un asunto universitario pendiente. Fué su último discurso. Por lo general, la muerte no es estética. Va acompañada de miserias orgánicas. Ofrece el triste espectáculo de la ruina de nuestro organismo físico, y acaso también del espíritu, ruina siempre dolorosa, ya sea prematura, ya traída por la decrepitud. Pero hay casos en que la muerte parece sentir la coquetería de embellecer en algún modo el horror de su frío beso postrero, poniéndose á tono con algunas vidas nobles. Son los casos de las muertes heroicas, en que el hombre, como un héroe antiguo debelador de monstruos, vence á uno de los mayores: al terror del no ser. Son estas otras muertes serenas,  al modo de la lámpara que ha quemado ya toda su esencia y cesa de arder. Así la de Azcárate, que trae á la memoria el dicho de los antiguos: sicut vita fines ita. 

Muchos años hacía que trataba yo á Azcárate y experimentaba hacia él un sentimiento filial de amor y veneración. No fuí contertulio ni asiduo visitante suyo; pero hay una clase de intimidad espiritual que no necesita del trato frecuente, y es como una afinidad electiva. Nuestras relaciones fueron en su origen universitarias. Azcárate fué mi maestro en el doctorado de Derecho, allá por el año de 1887, y de mis recuerdos estudiantiles emerge su figura, como la de Salmerón, la de D. Lázaro Bardón, el helenista; la del arabista Codera, la de Menéndez Pelayo, para no hablar más que de los muertos, dejando una estela luminosa de respeto y afecto en la memoria. Aquéllos fueron los maestros, entre tanta gente insubstancial y vacua, y aun, en algún caso, ridículamente ignorante, como padecimos en las aulas. Explicaba Azcárate Historia de las Instituciones de Derecho privado, y era su clase una de las más instructivas y de las más atractivas del Doctorado, no por galanuras de elocuencia, sino por la riqueza de noticias, la clara y penetrante crítica y el sentido histórico con que el profesor exponía y comentaba la evolución del Derecho privado. Su Historia del Derecho de propiedad puede dar alguna idea de lo que eran sus explicaciones, aunque el marco, de éstas fuese más amplio. Los que se figuran que todos los profesores del grupo de la Institución eran como ejemplares de una misma medalla, se engañan lamentablemente, bien que por lo general no se tomaron el trabajo de averiguarlo. La clase de Azcárate no se parecía á la de Giner, ni ésta á la de Salmerón. Giner no explicaba un programa de la asignatura. Trabajaba con un grupo selecto de alumnos acerca de algún problema de la Filosofía del Derecho, en estrecha colaboración con los estudiantes, que eran voluntarios y pocos, pues como Giner no examinaba, y lo advertía, desde el primer día se aclaraban las filas, y quedaban sólo los que sentían curiosidad científica. Don Francisco había hecho prácticamente en su aula, la reforma de la Universidád. Azcárate y Salmerón, ateniéndose más á lo que era de hecho y de derecho la enseñanza universitaria y sigue siendo, explicaban su curso. Seguía Azcárate una rotación metódica de las partes de la asignatura, demasiado vasta para poder encerrarse toda en los días de clase de nuestro año universitario, sembrado de fiestas y de vacaciones, y eso que los estudiantes del Doctorado; ni entonces ni ahora, eran ni son de los que; con cualquier pretexto, promueven la huelga estudiantil. Salmerón, en su clase de Metafísica de la Facultad de Filosofía y Letras, explicaba también á un auditorio numeroso, mas no siguiendo, como Azcárate, una sucesión metódica y rigurosa de las partes de la asignatura, sino eligiendo cada año alguna cuestión fundamental. 

No era Azcárate (¿cómo había de serlo un hombre de su valer y de su conciencia?) el tipo del señor catedrático, que desde su púlpito predica el evangelio científico á los escolares, y si lo aprovechan ó no, allá ellos, pues el señor catedrático, una vez terminado el sermón del día, sacude el polvo acádemico de los zapatos y no vuelve á ocuparse en el asunto. Azcárate era un maestro cordial, y casi hay redundancia en calificarlo así, pues sin amor, sin que el corazón tome su parte, no hay maestro verdadero. Se interesaba por los trabajos de sus alumnos. No les escatimaba el consejo y frecuentemente les prestaba los libros de su biblioteca particular. No olvidaré que cuando estaba yo redactando mi tesis doctoral, le debí preciosas indicaciones bibliográficas y el poder consultar algunos libros sobre antigüedades arias que me ayudaron á aclarar cuestiones de orígenes relativos á la evolución jurídica de la condición de la mujer. Azcárate no era elocuente en el sentido retórico y pomposo que se da aquí al dominio de la palabra. Sin embargo, la definición ciceroniana vir bonos dicendi peritus parecía hecha para su oratoria. Trataba bien, clara y razonadamente las cuestiones é iluminaba sus razones con el prestigio de su honradez y su austeridad. Era Azcárate hombre de verdad, no hombre de habi-lidad. Su vida austera, apartada de granjerías y medros, les parecía inverosímil y afectada á los peces de la política (aquellos peces de Galdós y tantos otros de similares especies). Por eso inventaron la patraña de los sueldos: la pingüe dotación de la presidencia del Instituto de Reformas sociales, que no tiene sueldo, ni dietas, ni gastos de representación, ni emolumento alguno, y no reportó á Azcárate el valor de una moneda de diez céntimos. El único sueldo que percibía Azcárate era el de catedrático, y cuando se jubiló por su edad avanzada y la Universidad se honró nombrándole su rector honorarió, las únicas funciones oficiales que conservó fueron absolutamente gratuitas: las del Instituto y las del Consejo de Instrucción pública. Azcárate deja libros llenos de doctrina, muchos discursos, una intensa labor de cultura en la Universidad y fuera de ella. Deja, además, una cosa más preciosa y más rara: un ejemplo.
E. GÓMEZ DE BAQUERO